Así deben obrar quienes ejercen la virtud y los que conocen la vía de la paz: habrán de mostrarse capaces, justos y cordiales en sus palabras.

Humildes sin jactancia, complacidos y fácilmente satisfechos, despojados de obligaciones y frugales en su manera de vivir; pacíficos y serenos, juiciosos y expertos, desprovistos de orgullo y no exigentes por naturaleza.

No harán la menor cosa que más tarde el sabio reprobaría.

Desearán, con regocijo y firmeza, el bienestar de todos los seres, sean cuales fueren, débiles o fuertes, sin omitir a ninguno, grandes o poderosos, medianos, menudos o diminutos, visibles e invisibles, los que viven cerca y los que moran lejos, los nacidos y los que aún no vieron la luz ¡Que todos se sientan a gusto!

Que ninguno engañe a otro, ni desprecie, fuera cual fuese su estado.

Que nadie por ira o rencor desee mal a nadie. Como una madre protege con su vida a su hijo, su único hijo, así debe amar alguien de corazón infinito a todos los seres vivos, irradiar a todo el mundo un cariño que se remonte a los cielos y descienda a las profundidades, por doquier y sin trabas, libre del odio y de la malquerencia.

De pie o caminando, sentado o tendido y exento de letargo, tendrá presentes estos preceptos. Tal es la conformidad sublime. Carente de nociones inmutables y dotado de una visión clara, el ser de corazón puro que abandone todos los deseos de los sentidos no volverá a nacer en este mundo.

 

Palabras del Buda sobre el amor incondicional (Metta Sutta)

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